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¿Por qué no disfruto en la cama?

La incapacidad para disfrutar en la relación sexual es un síntoma enigmático que sufren muchas mujeres, al que se denomina frigidez. Y es que en el encuentro sexual no se trata solo de lo que le pasa al cuerpo. Se sentirá más o menos placer, quizá ninguno, en función de cómo se encuentre nuestro mundo psíquico.

No imposibilita las relaciones, pero se llevan a cabo sin deseo, sin placer y sin orgasmo. La mujer que no siente placer tiene una rebelión profunda a aceptar la sexualidad como se la plantean. Está anestesiada, aunque puede fingir que lo pasa bien para complacer a su pareja. Este engaño no solo va dirigido al hombre, ella también se encuentra encerrada en una trampa en la que habitan miedos y peligros que no la dejan disfrutar.

Entre el deseo y el temor:

La frigidez representa una transacción entre el deseo y el temor a la vida sexual. Se entrega físicamente porque lo desea, pero su mente no participa de esa entrega. A veces, tiene sensación de extrañeza sobre lo que pasa en su cuerpo, como si fuera de otra. Tolera la penetración, pero, al no disfrutarla, la rechaza. Esta inhibición para entregarse al placer y sentirse dueña de su cuerpo la hace sufrir. ¿Por qué se produce esta anestesia? Una parte de su ‘yo’, por supuesto inconsciente, organiza una defensa contra los sentidos y despliega un escudo para no enterarse de lo que ocurre, pues el sexo está asociado a ideas de intenso peligro.

Ahora bien, la incapacidad de sentir el orgasmo tiene más de una razón. La mujer que padece este síntoma puede estar identificando a su pareja con otras personas con las que tuvo una relación frustrante. Desarma al hombre porque cree que él no le puede aportar nada a ella. Aunque finja placer para complacerle, le rechaza provocando un extrañamiento de su cuerpo que le hace observar la escena como espectadora.

En la frigidez también se encuentra una intensa fijación a la figura de la madre. Hay madres que filtran la idea de un padre insuficiente para los intereses de las hijas. Tal idea permanece luego en su inconsciente como una orden que le repite: »No gozarás con nadie», produciéndose así una enorme condena que le impide sentir. La hija se identifica con una madre que tampoco disfruta como mujer y no desea a un hombre. La madre no pudo transmitirle una posición femenina gratificante.

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